Luces de Bohemia, la obra de Ramón María del Valle-Inclán que revolucionó el teatro con el nacimiento de un nuevo género, el esperpento, llega mañana sábado al escenario del Teatro Góngora en una producción de Teatro Clásico de Sevilla. La compañía se atreve con uno de los textos más rotundos de la escena española de todos los tiempos, según una versión de Alfonso Zurro -responsable también de la dirección- empeñada en fortalecer todos aquellos aspectos que hacen de ella una obra única y atemporal y entre los que destacan “su modernidad en estado puro” y su “plena vigencia”, en palabras de la compañía.
Los actores Roberto Quintana -en los papeles de Max Estrella y el Marqués de Bradomín- y Manuel Monteagudo -Don Latino- encabezan un amplio reparto que completan Juan Motilla, Amparo Marín, Antonio Campo, Rebeca Torres, Juanfra Juárez, Silvia Beaterio y José Luis Bustillo. En un perfecto ejercicio actoral, entre todos dan vida a más de cuarenta personajes que representan la España esperpéntica de entre finales del XIX y principio del XX que al autor le tocó vivir y sufrir, un país y una época que ataca ferozmente con su pluma, a la vez que arremete contra toda la sociedad sin distinción de clases.
El argumento está centrado en la vida bohemia a través de un hilo conductor, el personaje de Max Estrella: artista marginado pero lúcido (a pesar de su ceguera), quien recorre durante la última noche de su vida distintos escenarios de ese Madrid corrupto que no ofrece esperanza a quienes lo habitan. Después de su vagabundeo y su muerte, la obra se prolonga hasta el velatorio, el entierro y una conversación que sugiere el triste final de su familia. Según explica la compañía sevillana, el tema central de la obra es, por tanto, “La evocación de una bohemia heróica y perdida, la reivindicación modernista de una luz entre las tinieblas de la sociedad burguesa. La bohemia es así una forma de vida en trance de desaparición, una marginación que supone vivir con pasión el arte, pero también toda la existencia, impregnada de literatura”.
Considerado el mejor de los esperpentos de su creador, Luces de Bohemia rompe con las convenciones escénicas anteriores para mostrar una historia en la que se mezclan la visión del mundo bohemio, literario, y la realidad revolucionaria de su tiempo. En el escenario , la distorsión del esperpento afecta a todo: a los personaje, al espacio, al tiempo, al lenguaje y, como consecuencia, a los géneros clásicos ya inadecuados para enmarcar un discurso moderno. Mediante estos preceptos, Valle-Inclán se hace, al igual que Quevedo, testigo, crítico y provocador de su tiempo. Muestra la realidad maltrecha de un país a través de los figurones políticos, de la trampa social, de la inmoralidad administrativa. Valle vuelve su mirada a una España caduca, sin aliento, sin ética; una España que era la caricatura de sí misma, sorprendida en trance de ruina, desmoronándose de forma irremediable. De su crítica no se libra nada, desde el Rey hasta el último plebeyo o el bohemio que no tiene asidero en la vida. Y aprovecha sus dardos para mostrar lo desolador del esperpento: un desfile claudicante de gentes sin meta, sin futuro, en el que no hay ningún héroe y el personaje es la colectividad entera.