José Sacristán vuelve al Gran Teatro para dar vida, por primera vez sobre un escenario, al protagonista de la novela de Miguel Delibes Señora de rojo sobre un fondo gris, en la que el autor, tras la inesperada muerte de su esposa, se sirve del texto como un medio para contar la historia de su vida junto a Ángeles de Castro y retratar la personalidad de esta mujer que lo fue todo para él: “Una mujer que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre de vivir”, según el escritor. El libro está escrito como un monólogo, y así lo han adaptado a la escena José Sámano, productor y director del montaje, José Sacristán e Inés Camiña.
La obra es un hermoso retrato de un amor madurado a lo largo de años de convivencia y una deslumbrante semblanza de una figura femenina memorable. El alter ego de Delibes es en esta historia Nicolás, un prestigioso pintor que lleva tiempo sumido en una crisis creativa desde que enfermó y falleció de forma imprevista su mujer. Prácticamente no ha podido coger los pinceles desde entonces y, sumido en este estado de tristeza, desgrana ante su hija sus recuerdos más íntimos en un monólogo que es a la vez un homenaje y un exorcismo del dolor que siente por la muerte imprevista de su esposa, Ana, un cúmulo de gracia y encanto, una persona extraordinaria, guapa, con un enorme don de gentes, musa de su marido, culta e inteligente. El desconsolado viudo rememora cuando se conocieron, muy jóvenes los dos, y todos los momentos felices que le tuvieron tenazmente enamorado de ella durante toda su vida hasta que, poco a poco, aparece una enfermedad que, sin nadie suponerlo, la condujo a una muerte inesperada a los 48 años de edad. Triste fin para “una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”, según la descripción que el escritor hace del personaje de Ana.
Los artífices del montaje explican que Delibes “un hombre en extremo pudoroso, se escondió detrás de la figura de un pintor -Nicolás- para, cambiando nombres y detalles, oscurecer la auténtica naturaleza del retrato. Sin embargo, siempre se supo que, en lo esencial y en multitud de detalles, se trataba de una novela biográfica”. Y a la vez, añaden, “confesión, homenaje, libro de memorias, exorcismo, discurso íntimo y declaración pública de amor; parece, además, un intento para estar de nuevo lo más cerca posible de su esposa”. Es la única novela que el autor vallisoletano ha escrito sobre una persona real y, así, Ángeles de Castro es la Señora de rojo sobre un fondo gris, como la retrató el pintor Eduardo García Benito casi a la edad en la que murió. Un cuadro que siempre estuvo colgado en el despacho de Delibes.
La obra también muestra cómo era la España del verano y otoño de 1975, el contexto político de aquellos meses en los que se aproximaba la muerte de Franco. La hija mayor del matrimonio estaba entonces en la cárcel por sus actividades políticas y desde allí vivió la enfermedad y muerte de su madre. El escritor aprovecha esta circunstancia para dejar constancia, y denuncia, de la situación imperante. El texto refleja el temor a la tortura y a los malos tratos en las comisarías, la pesadumbre de las visitas a la cárcel, la esperanza de que todo acabara pronto y bien…
La adaptación escénica ha llevado su tiempo. Ya en el año 2008 Delibes y Sámano decidieron llevar la novela al teatro y trabajaron juntos en ello, incluso pergeñaron una primera adaptación que no terminó de convencerles. Por problemas de salud de ambos la tarea acabó interrumpida y así continuaba cuando el escritor falleció en 2010. El proyecto quizá nunca hubiera llegado a buen fin si José Sacristán, años después, no hubiera visto, tanto en su protagonista como en su trama novelesca, un personaje tan rico para añadir a su exitosa carrera artística. “Siento que volver a Delibes, ahora con su sobrecogido Nicolás -destaca el actor, que ya intervino en Las guerras de nuestros antepasados-, supone entregarme a una tarea que bien pudiera ser o significar la culminación de una aventura de trabajo y de vida que viene durando ya más de sesenta años”. “Volver a Delibes es no dejar de aprender a mirar”, concluye Sacristán.