El flamencólogo Agustín Gómez explica que la llama surgió de la mano de Anselmo González Climent, argentino hijo de padres gaditanos, que publicó su Flamencología en 1955. El poeta cordobés Ricardo Molina queda prendido de ella y concibe un concurso de Cante Jondo a la manera de 1922 en Granada. Lo propone a Antonio Cruz Conde, entonces alcalde de Córdoba, y éste acepta, fijándolo en mayo con la idea de engrandecer el Festival de los Patios Cordobeses. Ricardo, hasta entonces, no iba más allá de algunas experiencias perolísticas al pie de la Sierra de Córdoba con Onofre, Navajitas, Pepe Valera o Pepe Lora. El patriarca de todos ellos, José Onofre.

Así es que, una vez con el encargo de gestionar el Concurso, su primer paso es ponerse en contacto con González Climent, el argentino de San Roque, que se encontraba en Buenos Aires. Éste le responde con entusiasmo con la idea de colaborar con el poeta y le aconseja sobre la formación del jurado, posibles artistas asesores y de otros extremos fundamentales para tamaña empresa flamenca. Asimismo, le concreta la necesidad de crear en Córdoba, aprovechando las vivencias del inmediato evento, un Instituto de Flamenco.

Durante todo el mandato de Cruz Conde en el Ayuntamiento de Córdoba estuvieron insistiendo en esa idea del Instituto de Flamenco, pero promesa tras promesa, Cruz Conde cambió a presidir la Diputación Provincial y Córdoba se quedó sin tal Instituto. La Cátedra de Flamencología en Jerez, fundada en 1958, pudo parecer un remedio a esta ambición de Ricardo y Climent, pero el tiempo vino a demostrar que los llamados a llevar a cabo esta idea no obtuvieron el aval oficialista ni el mecenazgo conveniente. El alcalde Cruz Conde, que se apuntó un buen tanto con el apoyo municipal al Concurso, perdió al menos medio punto al ir soslayando la creación del Instituto de Flamenco.

Aquel concurso granadino de 1922 dio como resultado a un viejo de setenta años y un niño de once: El Tenazas y Manolo Caracol, respectivamente. Ni uno ni otro estaban en condiciones de defender aquel esfuerzo, así que sobrevino el desaliento y la desaparición.

En cambio, Córdoba dio como resultado a un joven de veintitrés años, Fosforito, en el que Pablo García Baena, compañero de Ricardo en el grupo poético Cántico, vio al que García Lorca buscaba en Granada. Fosforito tenía fibra de luchador. Traía un esquema de cante purísimo, enciclopédico en su conocimiento y personalísimo de estilo, hasta el punto de crear toda una estética flamenca de síntesis andaluza para el flamenco. Respondía también, ¿por qué no reconocerlo?, a una imagen del cantaor-pueblo que ya tenía precedente en la publicación, un año antes, de aquella Antología del Cante Flamenco, premiada con la medalla de oro de la Academia Francesa del Disco.

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